SUBTITULADO
-“El Domingo tendremos grandes novedades…”- le espeté a Carolina, sin tener mucha conciencia de estar diciéndolo.
-“Eso espero…” suspiró ella, dulce e intrigada.
Y ambos hicimos silencio. Solo quedó el sonido de la vieja película norteamericana que veíamos en televisión llenando el comedor de su casa.
La frase que yo pronuncié acababa de robarla del subtitulado del film que se deslizaba por la pantalla que casi ni mirábamos, especialmente ella. Afortunadamente.
Momentos antes me había hecho un par de preguntas temporalmente incontestables. Quería saber como me proponía yo encarar su flamante embarazo. Y la manera de comunicarlo a sus padres, ansiosos ya de que formalizáramos nuestra relación al cabo de media década de noviazgo. Y, claro, de qué viviríamos una vez casados, dada mi situación de desempleado crónico.
Como siempre, de modo milagroso, en cada brete difícil en el que me encontré a lo largo de mis tres décadas de vida, había alguna pantalla cerca en la cual inspirarme. Los subtitulados de películas eran mi fuente inagotable.
Con mis palabras, pronunciadas segundos antes por un personaje de la historia que se desarrollaba en el televisor, conseguí ganar tiempo hasta el fin de semana. Era martes. Ya se me ocurriría algo, de seguro cuando me sentara otra vez a ver alguna película. Entonces la respuesta más adecuada llegaría con las pequeñas letras blancas que aparecen al pie de la pantalla. No podía menos que confiar a ciegas en esa rara providencia tan habitual en mi vida que casi no pensaba en ello.
Reflexioné mucho en el asunto, pero no se me ocurría algo creíble, ni tenía forma de sustentar una familia. De modo que llegó el domingo y no tuve más remedio que ponerme en manos de la cinematográfica providencia. Y del subtitulado.
THE END
Esa noche cenaríamos con los padres de Carolina. La llamé para avisarle que llegaría un par de horas antes de la cena, sabiendo que el matrimonio no habría vuelto para entonces de sus típicos paseos domingueros por el campo. Argumenté que antes debía hablar a solas con ella. Llegué a la hora señalada, y no se sorprendió que después del beso de saludo me dirigiera raudamente hacia el televisor apagado, encendiéndolo de inmediato.
Sabía de mi pasión por el cine extranjero sin doblajes, y que las deliciosas horas muertas que pasábamos juntos en su casa me gustaba matizarlas mirando una peli clásica en televisión.
Cuando me interrogó acerca de la gran cuestión, llené varios minutos con evasivas, simulando estar abstraído en la película. Y lo estaba, pero esperando la “gran frase” que refulgiera desde los subtítulos. La respuesta tardo mucho en aparecer, pero llegó, tal como yo sabía qué sucedería. El personaje central se dirigió a su prometida con aire solemne y le dijo algo que yo repetí casi textualmente segundos después de leerla en el mágico subtitulado.
-“Querida: he llegado a la conclusión que lo nuestro no puede continuar. Afrontaré las consecuencias, pero no vamos a seguir juntos. Espero que esto no te afecte demasiado, y créeme que no hay otra salida. Lo lamento mucho. Ahora, debo irme”.
De inmediato me puse de pie y me marché de allí.
Nuevamente, el cine me había dado la respuesta. Ella quedó desconsolada, y supe que tardó mucho en recuperarse. En estos días ha comenzado a reclamarme por el hijo mío que está a punto de nacer. Pero no es tan grave, porque será cuestión de ponerme a ver películas subtituladas y entonces sabré qué decir, como siempre.